La primera vez que tuve conciencia de quién fue mi papá ocurrió cuando nos enteramos de su muerte. Hasta entonces, yo no tenía idea de quién era él y cuál era la magnitud de su estatura humana.

Así de categórica fue Aleida Guevara March, una de las hijas de Ernesto “Che” Guevara, cuando cinco años atrás accedió a conversar con esta periodista durante su primera visita a Panamá, invitada por el movimiento de solidaridad de ese país con Cuba.

Ese día, rememoró, durante el recorrido hacia la casa de tía Celia (Manduley) empecé a ver muchas fotos enormes de mi papá en la calle. Enseguida me pregunté qué estaba pasando, por qué esas fotos. Había letreros, pero yo tenía seis años y todavía no leía rápido. Preguntaba y nadie decía nada. Después me dieron la noticia de la muerte de papi y fue cuando entendí todo.

En ese momento, me di cuenta que mi papá era un hombre conocido, querido y admirado por muchos. Pero, fue de joven, cuando empecé a leer sus escritos, que me sentí más orgullosa de ser su hija, pues además pude conocer su conocimiento filosófico.

Luego, cuando comienzo a visitar otros países, me percato que mi papá ha roto fronteras, incluso en lugares tan distantes a nosotros, por eso considero que él es imprescindible para hacer un mundo mejor, afirmó Aleidita, como cariñosamente le dicen en Cuba.

-Periodista: ¿Qué significó para la familia que 30 años después del asesinato del Che en Bolivia fueron hallados sus restos y trasladados a Cuba en 1997, cuando tal vez no tenían la esperanza de encontrarlos alguna vez?

-Aleidita: La verdad es que nunca nos preocupó eso porque mi papá siempre dijo que un guerrillero, donde cae, queda. La única de nosotros que siempre lo quiso de regreso fue mi hermana Celia, los demás estábamos dispuestos a cumplir lo que él quería como guerrillero.

Sin embargo, cuando se descubren sus restos no podíamos abandonar el deseo del pueblo cubano, que siempre quiso que regresara. Por eso lo más justo fue lo que hicimos, traerlo devuelta a Cuba, donde hay un pueblo que realmente lo ama, en especial los niños.

Yo disfruto mucho el intercambio con ellos, sobre todo sentir el amor y, en ese sentido, recuerdo que en pleno periodo especial (década de los 90 del pasado siglo) fuí a una escuela de arte en Guantánamo (provincia oriental) y una niñita delgada, que no levantaba ni un metro del piso, se acerca y me regala dos lapicitos amarillos con goma, y yo le digo que a ella les hacían más falta.

La niña inmediatamente me miró con dulzura y me dijo: por favor no lo rechaces, que es lo único que tengo para regalarte. Eso no lo voy a olvidar nunca porque es la expresión de un niño cubano, no para mí, sino para mi papá. Y si hacemos caso a nuestro José Martí, el hombre que reconoce las virtudes de otro hombre es porque las lleva en sí mismo.

Por eso, cuando yo veo a los niños nuestros (cubanos) reconociendo las virtudes del Che, respiro profundo y tengo una confianza tremenda en el futuro del país, porque esos niños saben amar, sentenció la alergóloga, quien desde muy joven se inclinó por la medicina, en particular por la pediatría y por esta especialidad, al igual que su padre.

Amor de padre a hija

Durante la conversación, en la que recuerdos, anécdotas y emociones amenizaron una agradable tarde en octubre de 2019, la doctora también habló de cuánto hay en ella de la fortaleza de sus padres y de la dulzura que los caracterizó.

“Mi mamá se parecía a mi papá en muchas cosas y ella lo amó tanto, que ese amor nos lo pasó a nosotros. Incluso, a pesar de la ausencia física de papi, nunca la sentimos, porque ella llenaba ese espacio. Si hoy soy alguien que puedo servir a la sociedad es porque mi mamá me educó en Cuba”, acotó.

-Periodista: ¿En qué momento de tu vida necesitaste más la presencia de tu padre?

-Aleidita: Fue a los 16 años, en plena adolescencia. En esa etapa empecé a preguntarme muchas cosas y sentí por primera vez que me faltaba.

Recuerdo, incluso, que cuando abrí los ojos después de recuperarme de la anestesia que me practicaron durante la cesárea de mi hija mayor estaban a mi lado (los comandantes del Ejército Rebelde) Ramiro Váldes y Oscar Fernández Mell y yo les pregunté qué hacían ahí. Entonces Ramiro me respondió: como no está tu papá, estamos nosotros.

Esas son cosas muy lindas -aseguró con la voz entrecortada de la emoción- y en ese momento, donde tal vez lo pude añorar, no fue así, porque estaban ellos a mi lado y eso nunca podré terminar de agradecerlo.

Ramiro, Oscar, pero sobre todo mi tío Fidel (Castro) llenaron ese espacio. Ellos nunca sustituyeron a mi papá, ni pretendieron hacerlo jamás, pero la presencia de ellos me hizo sentir más cerca de él, dijo Aleidita, quien durante nuestra charla prefirió bajar del pétreo pedestal al guerrillero para mostrar al hombre que fue el Che, más allá de épicas epopeyas.

Contó de sus miedos a la oscuridad, cuando apenas tenía cinco años y cómo la fábula infantil del león y el niño le devolvió la seguridad, que fue reforzada por un pequeño león de peluche que su papá le regaló, el cual sirvió de guardián desde entonces, y aún lo conservan sus hijas.

De la ausencia paterna también reconoció, con fuerte convicción, cómo luchó por transformar el mundo y hacerlo mejor, “y en ese mundo vivo yo”; y a renglón seguido sentenció, que tuvo “la ternura para quedarse y la fuerza para marcharse”.

Con el gracejo criollo de la isla habló del último encuentro con su padre, cuando estaba a punto de partir hacia Bolivia y se mostró ante ella y sus hermanos más pequeños como Ramón, un amigo del Che, con quien compartieron una cena. Pero, cuando se sirvió el vino puro, Aleidita saltó de su asiento y le increpó: “Tú no eres amigo de mi papá, porque él toma el vino con agua”.

Por su madre supo después del orgullo del falso Ramón, al descubrir cómo su hija observaba hasta sus mínimos detalles, a pesar de la poca edad; más tarde la niña se golpeó la cabeza jugando y el supuesto amigo corrió a auxiliarla, la cargó y la abrazó con la ternura del padre.

Fue entonces cuando la pequeña le dijo a su madre un secreto, escuchado también por el Che disfrazado de Ramón: “yo creo que ese hombre está enamorado de mí”. Con el tiempo y al rememorar la anécdota, la ya adulta hija reconoció que, desde su inocencia, en aquel contacto con los cuidados paternos recibió un puro sentimiento que resumió en una frase concluyente: “sí, aquel hombre me amaba”.

El Che en presente

-Periodista: Siempre hablas de papi, ¿para ti está vivo?

-Aleidita: Yo no tengo ningún tipo de creencia religiosa, por tanto, sé que después de la vida, como él mismo decía, no hay otra cosa.

Él siempre se preguntaba qué es la vida después de la muerte: sobrevivir en tus hijos, puede ser una forma. Es como leer una carga al machete del general mambí Antonio Maceo (patriota cubano).

Hay una milonga argentina que dice: si yo muero, no llores por mí, haz lo que yo hacía y seguiré viviendo en ti. Yo creo más en eso, en que uno sea capaz de llevar a la práctica lo que soñaba y quería ser. A lo mejor no logras hacer totalmente lo que él quería, pero si intentas hacer realidad lo mejor posible sus sueños, claro que sigue viviendo junto a ti.

Esto es lo que pasa con mi papá, no solamente en mí. Lo mejor es que vive en muchos hombres y mujeres de este mundo que intentan hacer realidad sus sueños.

Y sentenció: “Si algo agradezco infinitamente es ser el fruto de ese amor. Me siento muy orgullosa de ser la hija del “Che” Guevara y Aleida March. Pero, lo que realmente me hace sentir un ser humano especial es saber que soy el fruto de un verdadero amor”.