Dice Sultán Salim Hamadl que lo suyo no es hablar de sentimientos o experiencias personales. Pero la circunstancia le hace pensar, perderse o encontrarse, nunca se sabe, en el pase de revista al tiempo.

Han pasado casi 10 años desde que llegara a Cuba y ahora está aquí, sigue aquí, sentado en un café de La Habana para hablar un poco del Líbano, un poco de sí mismo, que es hablar del Líbano también, porque la patria, más que los árboles cuyas raíces se enredan en la tierra, es la gente que corre y corrió sobre esas raíces y un día cualquiera, uno trágico o feliz, se sienta a recordar o va y camina de nuevo.

La relación de Sultán con el Líbano —cuenta en su nervioso español— comenzó similar a la de muchos libaneses que nacieron fuera del país. Sus padres habían escapado de la guerra a principios de la década de 1980 y recibieron la ayuda del pueblo soviético para formarse como profesionales en una ciudad llamada Járkov, de la zona de Ucrania.

Fue allí donde se conocieron, no en Líbano. En la entonces Unión Soviética se miraron por primera vez. Mirar por primera vez a la que será la madre de tu hijo da una sensación rara, de excepcionalidad, como cuando algo acaba de ocurrir, algo importante.

En Járkov nació Sultán. Desde niño sus padres le enseñaron a hablar árabe. Fue siempre una preocupación para ellos, asegura.

Allá comencé hablando ruso, por supuesto, pero en la casa siempre hablábamos en árabe. En árabe escuché hablar por primera vez del Líbano, de la familia que estaba allá, de la música, de la cultura…

La guerra con Israel marcó nuestra vida como familia. Mi madre había salido justo antes de que las tropas sionistas llegaran a Beirut, en 1982.

Mis padres regresaron al Líbano conmigo después de que acabó la guerra, para ayudar a reconstruir el país. Habían sido años de larga resistencia y fuego. Regresamos primero en el 97 y ya definitivamente en el 98. Yo nací en 1991.

Viajes al Sur

En el año 2000 la resistencia libanesa logró liberar el sur del país, que había permanecido años ocupado por Israel. El padre de Sultán insistió en llevar a su hijo a conocer el sur.

La patria siempre encuentra formas de reproducirse, de regenerarse. Cuando un padre lleva por primera vez a su hijo a un lugar prometido, arrebatado, recuperado, en riesgo, le está diciendo a la patria: “Mira, él también es tuyo”, que es exactamente lo que le dice al hijo, mientras señala al suelo. La patria no nace sola. Precisa de gentes que la inoculen y la presenten y la reinventen cada vez que amenaza con morir.

La resistencia expulsó a los sionistas, pero el terreno seguía siendo peligroso. Las minas seguían estando allí y el Ejército de ocupación se había negado a entregar las coordenadas. Habían dejado también explosivos enmascarados en juguetes, juguetes del demonio que mataron niños, que son los únicos que agarran los juguetes raros que andan tirados por ahí.

Aún así el papá de Sultán, como muchos otros padres y madres, insistió en llevarlo al sur, para que Sultán viera lo hermoso que suele ser el sur del Líbano, que es libanés y punto, y para que viera también a quienes habían estado recluidos en campos de concentración sionistas, a quienes habían sido torturados con electricidad, a quienes enseñaban aquellas cajas pequeñas donde le contaron a Sultán que los israelíes metían a la gente.

Por esos días, ya en su escuela, supo algo que lo estremeció por completo. Una niña algo mayor, hermana de uno de sus amigos del aula, había muerto cuando su familia la llevaba a conocer el Sur. Se había bajado de un carro para subir a otro. Había una mina.

Y murió así, frente a su familia. Yo recuerdo que en la escuela fue muy triste. Para mí fue muy traumático saber que una persona que uno veía todos los días y que estaba contigo en la escuela, podía simplemente morir. Su hermano todavía es mi amigo. Yo tenía nueve años.

Sultán habla sobre la guerra del 2006

En 2006 yo era adolescente. Me acuerdo de que había prisioneros libaneses en cárceles de Israel. Hezbolá desarrolló una operación de captura a dos soldados israelíes para proponer un intercambio. Israel decidió lanzar una guerra masiva contra el Líbano.

Vivíamos en la Gobernación de Monte Líbano y sentí los bombardeos a las plantas eléctricas y a puntos estratégicos de la zona. Se podía ver desde el balcón de la casa el fuego masivo y escuchar el ruido de las explosiones. En Beirut, decían quienes llegaban de allá, las bombas caían cada pocos minutos. Se veía todo, se escuchaba todo, nos contaban.

Muchas personas salieron de la capital en busca de refugio. En la zona donde yo vivía los adolescentes comenzamos a hacer trabajo voluntario, a ayudar en lo que se pudiese, indicar a las personas, compartir lo que se tenía, el alimento…

Fue muy fuerte recibir a personas en la noche que llegaban intentando escapar de los bombardeos. Te contaban las historias y te decían que un vecino suyo estaba bajo un derrumbe o que un familiar murió y hubo que dejarlo tirado en el suelo; se veían los carros con cristales rotos o dañados por la metralla.

Preguntas y respuestas lejos de casa

En 2013 Sultán salió a Australia a cursar una maestría y recaló en Cuba a la altura de 2015, en busca de un doctorado en la Universidad de La Habana que, dice, aún no termina.

Corren los últimos días de septiembre de 2024 y Líbano yace bajo las bombas, como recuerda Sultán que ocurrió en 2006. Cuenta que la distancia no mejora mucho las cosas, porque cuando estás allá, se explica, estás junto a tu familia y amistades, puedes estar pendiente para ayudar o lo que sea… Sin embargo, aquí uno se siente amarrado y no sabe qué hacer.

El instante de la lejanía lo hace revolverse en preguntas fundamentales: ¿Cómo ayudar a resistir desde aquí? ¿Cómo auxiliar a la persona que necesita ayuda? Se puede publicar, hacer llegar la voz, participar en una marcha, hablar con la prensa, con las amistades, enseñar más sobre la causa palestina y la causa libanesa, pero uno quisiera estar allá y no puede, asegura.

—¿Qué te dice tu familia?

—Comentan que es triste y fuerte ver eso pasando, ver que cada cierto tiempo Israel vuelve a hacer lo mismo, pero tienen el ánimo alto, más que uno afuera, la verdad. ¡Tienen el ánimo alto, no tienen miedo! Y siempre dicen esperar que la resistencia libanesa sea fuerte y firme contra esa agresión, porque es lo único que sienten que nos puede salvar. La única forma de preservar esa tierra es resistir. De varias formas, no solo con armas. Con palabras, con armas, con misiles, con periodismo, con cultura, con todo, sí.

—¿Cómo ha sido la relación del Líbano con Palestina?

—La relación entre Líbano y Palestina es histórica. En los años 40, cuando las bandas y mafias sionistas comenzaron a llegar tras la Segunda Guerra Mundial y mataron y robaron tierras y casas, el ejército libanés fue a luchar en Palestina. En la década de 1970 varios grupos libaneses también se decidieron a luchar por sus hermanos y participaron en operaciones militares dentro de Palestina. Para dar un panorama realista, existen ideologías en el Líbano que quieren romper con esos vínculos históricos; no resistir; rendirse ante Estados Unidos, Israel y la OTAN. Existen, pero son una ilusión, porque la mayoría del pueblo libanés está firme con la causa palestina, firme con la justicia y sabe quién es el Estado de Israel y quién es Estados Unidos. Resulta una ilusión romper con esas relaciones históricas, porque ya es una relación de sangre. Sangramos juntos y morimos juntos.

—¿Qué crees que sea lo más hermoso del Líbano?

—Mucha gente dice que lo más hermoso del Líbano es la sociedad mosaica, pero eso ocurre en todas las sociedades. Para mí lo más hermoso del Líbano es la firmeza de su pueblo de resistir y luchar, ese ánimo de vivir. Eso sí es lo más hermoso del Líbano. Ahora todo el mundo va a ver cómo en un momento parará el fuego y la gente saldrá de los derrumbes con la seña de la victoria y con el ánimo de reconstruirlo todo.

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