Septiembre aúlla todavía

su doble saldo escalofriante,

todo sucede un mismo día

gracias a un odio semejante.

Y el mismo ángel que allá en Chile

Vio bombardear al presidente

Ve las dos torres, con sus miles,

Cayendo, inolvidablemente.

Silvio Rodríguez ("Cita con ángeles")

La figura de Salvador Allende ha sufrido el clásico ciclo de manipulación al que se exponen los símbolos de las revoluciones.

En vida, el poder hegemónico los ataca, los calumnia, les mina el camino, se les enfrenta y, si tiene oportunidad, literalmente los entierra.

Luego esconde al símbolo unos años y, cuando lo saca nuevamente a la luz, emerge idealizado, lejano, melancólico, parcial y hasta mercantilizable, pero casi despojado de sus esencias de lucha.

Resulta difícil encontrar informaciones concretas sobre el gobierno de la Unidad Popular, a pesar de que el nombre de Allende se haya establecido como uno de los paradigmas de la liberación contemporánea de América.

Desde los sentidos comunes, de su lucha prácticamente solo trasciende, de manera conveniente, la insistencia en la vía democrática burguesa para llegar al poder, aunque el propio mecanismo posteriormente no le haya permitido ejercerlo.

Más que eso, no faltan las páginas que culpan a Allende de su propia muerte en la Moneda, el 11 de septiembre de 1973, bajo el golpe de Estado de Augusto Pinochet.

Sin embargo, en sus intentos de limpiar el rostro de la dictadura, quizás sin pretenderlo, muestran una arista del fenómeno que definitivamente aclara las cosas.

La democracia liberal burguesa incluye un aparato económico muy específico con nombres y apellidos, sin el cual, así de sencillo, ella no es. Por ello, sus sacerdotes, entiéndase medios de comunicación y mecanismos de hegemonía en general, tienen mucho cuidado a la hora de condenar sus pretéritas dictaduras.

“Agarrate Catalina”, una murga uruguaya con un recorrido digno de escuchar que viene caminando desde la década del 2000, retrata sarcásticamente el discurso de la dominación del hoy respecto a las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX en América Latina, no tan lejanas como se quisiera.

Se siente el descontento/ las masas se revelan/ con bronca y calentura,/ entonces los gorilas,/ en nombre de la patria,/ decretan dictaduras./ Y ya que están arriba,/ cometen sus excesos,/ patrullando las calles/: apagan y torturan,/ desaparecen gente/ y algún que otro detalle.

Hay sintagmas claves en esta estrofa. “En nombre de la patria” es uno de ellos y nos da a entender cómo el uso de la violencia fascista no resulta un error del sistema, sino parte indisoluble de él, su respuesta predeterminada para momentos específicos en que sus otros mecanismos de persuasión han dejado de funcionar.

Por eso quienes defienden la democracia liberal burguesa tienen que poner sobre los hombros de Allende el peso (“o al menos una parte, que nos descubren”) del golpe de Estado, porque el golpe de Estado, no solo en Chile, funciona como mecanismo orgánico de autorregulación para la preservación del capitalismo en América Latina et al.

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A quien no le interesa el desbarrancamiento de ese sistema, tampoco le gusta que quienes luchan por desbarrancarlo olviden que determinada clase de “hechos extraordinarios” se castiga también con “hechos extraordinarios”, y que no se puede culpar después a “nadie”, porque "hay que entender", a pesar de los “excesos” y "detalles…".

¿Detalles? Más de 40.000 víctimas entre asesinados, desaparecidos (léase asesinados cuyos cuerpos los militares se divirtieron escondiendo) y torturados (léase los que por alguna extraña razón no se murieron cuando intentaban asesinarlos lentamente).

¿Más detalles? 40 % de pobreza a la salida de los militares del poder Ejecutivo, con un 1 % de la población manejando el 27 por ciento de los ingresos.

Resulta muy peligroso suponer que estas son cuestiones del siglo XX o solo de él, suponer que son asuntos de Chile o solo de él.

Bajo el título de La dominación Liberal. Ensayo sobre el liberalismo como dispositivo de poder, el español-marroquí Juan Domingo Sánchez Estop publicó en 2014 un libro que en sus primeras páginas analiza la violencia desatada por Occidente sobre los territorios de Oriente Medio, luego de los sucesos de otro 11 de septiembre, esta vez en Estados Unidos, 2001. Permítasenos la cita en extenso:

Acabada la fase optimista de la mundialización, la retórica humanista no sucumbió a las bombas, sino que les sirvió de justificación. Algunos pensaron, siguiendo la vieja tradición de la izquierda, que el discurso de los derechos era una mera mascarada que ocultaba la violencia. Sin embargo, cuando la violencia se ejerce explícitamente como acto humanitario, como acto de institución de la democracia y de las libertades, no cabe esa distancia que posibilita el engaño. La guerra, la tortura y el colonialismo no son hoy lo contrario de los derechos humanos y del Estado de derecho, sino su reverso, el conjunto de medios que los posibilitan. (…) El actual desbordamiento de la violencia imperial no constituye así una anomalía al sistema, sino una excepción “normal”, inscrita en la estructura misma de la “normalidad” capitalista.

Lo que ocurre hoy en Oriente Medio y los ojos de manifestantes que se “pierden” en América Latina cuando la marcha se pasa un poco de horas, de avenidas y de gritos, hacen como mínimo pensar en las complejas trampas de cualquier 11 de septiembre y en que, además, todas saben conectarse muy bien.

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