Nelson Mandela, al igual que la mayoría de las personas que vivieron los tres últimos cuartos del siglo XX, tuvo que luchar en condiciones que fueron variando, en determinado punto radicalmente, y desde perspectivas que se adecuaron a esas condiciones y a la experiencia ganada.

Situémoslo a él específicamente en contexto. Nace en la entonces colonia británica de Sudáfrica, que resultaba la punta de uno de los dos grandes cinturones del imperialismo europeo que cruzaban al continente madre. Desde el siglo XIX, ingleses y franceses se disputaron el control a profubndidad de estos espacios: Gran Gretaña buscaba cerrar su corredor colonial entre el norte y el sur, en tanto Francia lo buscaba de este a oeste.

Si bien África no resultaba un “mundo oculto” para los europeos —como sí lo fue aquello (esto) que después llamarían América— introducirse en su masa de tierra había resultado por siglos solo una cuestión de aventureros que la mayoría de las veces terminaban muertos. Para los europeos, por mucho tiempo, África fue apenas su contorno.

Esto ocurrió así incluso para el negocio que por cientos de años consistió en traficar esclavos negros hacia las Antillas y América en general, puesto que el negocio deshumanizante, aunque muy exclusivamente humano, hablando en términos antropológicos, se desarrolló en las costas.

Sin embargo, la revolución industrial cambiaría las leyes del juego y uno de sus “productos estrellas”, el ferrocarril, permitiría la colonización “a profundidad” del continente, mediante mecanismos que mostrarían el maquiavélico engranaje del imperialismo británico, el cual traería de sus colonias en la India y del “África branca” la mano de obra que iría construyendo la infraestructura para que el ferrocarril, y con él el hombre occidental, se adentrase en busca de las suculencias económicas del África.

Pero la revolución industrial también modificaría las necesidades de fuerza de trabajo, y ya la mano de obra esclava, que se había convertido en exclusivamente negra precisamente con la “aparición” de América y los dilemas productivos y extractivistas que esta planteaba, dejaba de ser una necesidad para convertirse en estorbo.

Las nuevas técnicas que nacieron de la revolución industrial se acoplaban más y mejor a la condición de obreros pseudoasalariados, con determinado grado de especialización, y no a las características del trabajo esclavo, como tradicionalmente se le entendió.

Estas son dos cuestiones fundamentales, que nos hablan de cómo el sistema de dominación colonial comenzó a prescindir de determinados “modos”, porque ya tenían garantías de mayor productividad, de mayor acceso a recursos, con métodos mucho más sofisticados, aunque no menos brutales. Para la corona británica el cambio discursivo fue tal, que pasó de ser una de las regentes del negocio de la trata a un policía interatlántico contra quienes lo continuaban ejerciendo.

Con su negocio particular garantizado, Inglaterra comenzó a intentar blanquear su imagen de cara a la esclavitud e incluso comenzó a liberar a sus esclavos negros en las pequeñas Antillas, cuando ya la plantación azucarera había arrasado con los suelos de esta y, además, en condiciones que legalmente emancipaban al negro, pero en la práctica lo mantenían, específicamente en las Antillas, en una suerte de gran cárcel que eran las propias islas, y en condiciones de trabajo que terminaron siendo más precarias para el negro y más ventajosas para los dueños de la tierra, que se quitaban de encima responsabilidades que sí tenían cuando eran propietarios de gente.

En África se intensificaba el extractivismo y, si bien la esclavitud formal no existía, sus condiciones y normas sí. El siglo XIX cerró con una corona británica controlando las principales plazas de Asia y el propio continente Madre, desde Sudáfrica hasta Egipto.

El siglo XX recibiría su bautiso con dos guerras mundiales y tras la primera Gran Bretaña expandiría mucho más aún su dominio, recogiendo los pedazos de lo que fue el Imperio Otomano y afianzando su presencia en Oriente Medio.

Precisamente en el año que acabó esa guerra, apenas unos meses antes, en ese mundo, nacía Nelson Mandela.

Pocos lustros después, las deudas imperiales de la primera llevaron a la segunda, donde los soldados africanos, que por cierto luchaban con la corona, cobraban, cuando lo hacían, hasta tres veces menos que un soldado blanco.

Secretario de Estado para las Colonias de Reino Unido conversando con tres voluntarios durante un desfile militar en medio de la Segunda Guerra Mundial

La guerra mundial, la segunda, llegaba a su fin en 1945 con la derrota de la Alemania nazi, pero para entender esta derrota y lo que vino después es preciso regresar a la segunda década del siglo, durante la primera guerra, justo un año antes de nacer Mandela, cuando triunfaba la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, con una propuesta de organización y de mirada hacia el mundo que en breve daría lugar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Para entender este triunfo, también habría que regresar décadas atrás, a los enconados debates y conflictos que se estaban dando en Europa durante el siglo XIX en torno a las ideas socialistas y a la lucha obrera.

Estas ideas y discusiones llegaron a tal maduración que removieron por completo Europa y pareció en determinado momento, en especial con la Revolución de Octubre, que ganarían el poder, hasta que el sistema capitalista, como perro rabioso acorralado, se inventó el fascismo.

La Revolución Rusa se convirtió en un patrón de esas nuevas ideas de liberación, que inicialmente no comprendieron lo que ocurría en el mundo de las colonias. Para el cierre de la segunda guerra mundial, ya la Unión Soviética, que había puesto la mayor parte de los muertos contra Hitler y acometido las principales acciones, contaba con un prestigio internacional y una potencia sin precedentes para una fuerza revolucionaria en el mundo.

Después de 1945, los occidentales volvieron a organizarse contra el poder soviético, como lo habían hecho desde el 7 de noviembre de 1917, y apareció la llamada Guerra Fría, que matizaría todo lo que ocurriese en lo adelante en cualquier rincón del mundo, incluido, por supuesto, África, que no era ni un rincón ni algo lejano, en ninguna de las acepciones del término, para Europa.

Si bien los imperialismos europeos tenían sus propios métodos entre sí, el racismo, la segregación y la opresión en general dotaban a las colonias africanas de un entendimiento común, así como lo hacía la idea de la liberación. Prácticamente en el mundo entero las colonias europeas habían obtenido su independencia formal y África permanecía como la gran “deuda”.

A lo largo del siglo XX, en especial tras la segunda guerra mundial, Gran Bretaña fue "negociando independencias" que le garantizaran determinada tranquilidad a su imagen política internacional de “no bárbaros”, con tanto té de por medio, y dominio fáctico sobre los recursos de cada una de sus “antiguas” plazas, además de garantías geopolíticas, mediante la condición de protectorados.

La entrada al juego de Mandela

A Sudáfrica le “correspondió” la independencia en 1961, sin embargo, ya desde 1948, con la llegada del Partido Nacional a la administración interna, se instauró como método de organización social el Apartheid, que segregaba de manera institucionalizada a casi el 80% de la población, en su mayoría negra, además de bolsones poblacionales provenientes de Asia.

Mandela militaba desde 1944 en el partido Congreso Nacional Africano, desde donde intentó impulsar los derechos de los negros ante una segregación que, más que aparecer, se afianzaría con la llegada del Apartheid, una ideología y práctica política ejercida por los colonos blancos, descendientes de ingleses.

Por casi 20 años, inspirado en la doctrina de Mahatma Gandhi, Nelson Mandela propondría constantemente el método de la resistencia pacífica, pero un acontecimiento cambiaría su manera de ver y desarrollar su lucha.

El 21 de marzo de 1960, en Sharpeville, la policía asesinó a 69 personas, mujeres y niños incluidos, que protestaban pacíficamente contra la aplicación de la “Ley Pases”, que restringía los desplazamientos de la población negra.

A raíz del hecho, Mandela entendió que la protesta pacífica no sería suficiente y adoptó el método de la violencia revolucionaria.

Hay muchas personas que sienten que es inútil continuar hablando de la paz y la no violencia en contra de un gobierno cuya única respuesta son ataques salvajes a un pueblo indefenso y desarmado.

El 18 de enero de 1961, funda el grupo Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación) que, como brazo armado del Congreso Nacional Africano, llegó a unir a unas 11.000 personas. Las primeras acciones comenzaron a producirse en diciembre de ese año, con ataques contra instalaciones del gobierno y lanzamiento de volantes.

Durante 1962, Mandela fue capturado por las autoridades racistas, cuyos fiscales le pedían pena de muerte, lo cual acabó con una sentencia de cadena perpetua. Mandela tenía 46 años y ya era un símbolo.

Sudáfrica y sus vecinos

Por esos años, comenzaban otros dos procesos de liberación nacional harto cercanos en espacio. Angola y Mozambique, colonias portuguesas, se habían alzado en lucha guerrillera, con fuertes vasos comunicantes, en cuanto a método e ideología, con la Revolución cubana que había triunfado en 1959. La Unión Soviética también constituía un apoyo. Durante las guerras de liberación del África, las armas de la independencia resultaban fusiles semiautomáticos Kalashnikov, mientras que las producidas en Estados Unidos, Alemania, Francia e Inglaterra, engrosaban los brazos de los colonialistas.

Tras años de fuertes enfrentamientos con el ejército colonial portugués, las guerrillas de ambos países lograrían la firma de la independencia, con la fugaz revolución de los claveles en Lisboa como colofón.

Ya firmada la independencia de Angola y Mozambique a mediados de la década de 1970, ambas naciones prosiguieron en una lucha que se disfrazó de interna, pero en la cual las potencias internacionales se disputaban el terreno.

El Frente para la Liberación de Mozambique (Frelimo) en el poder, con Samora Machel, de corte socialista, como líder, enfrentaba a la Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo), que recibía financiación y asesoría directa de la Sudáfrica el Apartheid que tenía a Nelson Mandela como rehén en sus cárceles, y de la CIA, la cual, junto a los cascos azules de la ONU, ya había demostrado lo que estaba dispuesta a hacer en África, desde el asesinato del líder congoleño Patrice Lumumba. Las bombas de los aviones sudafricanos estuvieron cayendo sobre la bahía de Maputo por años. Sudáfrica amenazaba con extenderse hacia el norte.

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En Angola fue más que una amenaza. El Movimiento Popular para la Liberación de Angola, (MPLA), con Agostinho Neto a la cabeza, de formación marxista, se enfrentaba a las fuerzas que dirigía Holden Roberto, por el Frente Nacional para la Liberación de Angola, y a las de Jonas Sabimbi, al frente de la UNITA, partidos que también apoyaban Sudáfrica y Estados Unidos.

Sudáfrica invadió Angola con tropas regulares justo horas antes de la formalización de la independencia, que sería sellada el 11 de noviembre de 1975. La llegada de tropas cubanas, tras el llamado de Agostinho Neto, ayudó a frenar la ofensiva y replegarla. Además, implicó un compromiso moral para la Unión Soviética, que se vio obligada a meterse más de lleno en el conflicto.

Con idas y venidas, constantes tensiones, Angola y Mozambique fueron hasta el comienzo de los años 90 una suerte de guerra mundial con relativo bajo perfil en comparación con las así nominalizadas, quizás porque en este caso eran los negros, y no los blancos, lo que estaban poniendo la mayor parte de los muertos.

Durante 15 años, Angola fundamentalmente fue el escenario de una lucha que intentaba depredar, con las nuevas maneras que había enseñado el siglo XX, nieto en formas de las nacidas con la revolución industrial, una ensarta de recursos naturales de una concentración y valor elevadísimos.

Entre diciembre de 1987 y marzo de 1988, se llevó a cabo en sur de Angola la batalla de Cuito Cuanavale, que con la victoria de las tropas del MPLA y cubanas sobre la UNITA y Sudáfrica, comenzaron a dar el tiro de gracia al Apartheid.

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La derrota militar al sistema supremacista ya había sido un golpe moral fuerte para el Apartheid, y más aún lo fue la independencia de Namibia, que hasta ese momento se encontraba en manos de los sudafricanos y resultó la condición impuesta para la retirada de las tropas cubanas.

Mientras tanto, crecía la presión internacional para que finalizara el Apartheid, así como para la liberación de Nelson Mandela.

El "no cierre"

Todo esto estaba a punto de ocurrir. Mandela sería liberado el 11 de febrero de 1990, recibiría hasta un premio Nobel de la Paz en 1993 y en 1994 llegaría al poder, convirtiéndose en el primer presidente negro del país y poniendo fin a la segregación racial institucionalizada.

Sin embargo, habían pasado determinadas cosas. En 1989 se había desplomado el Muro de Berlín, mientras la Unión Soviética lo hacía en 1991.

De repente, el mundo que representaba una alternativa a la dominación europea y sus tentáculos, un peligro real para ella, dejaba de existir y ponía en duda toda una tradición de lucha que le había dado un mínimo de esperanza a miles de millones de segregados en el mundo, además, por supuesto, de armas y apoyo político. Todo en duda. En marcha la teoría del fin de la historia.

Lo que estaba ocurriendo en el cono sur africano desde los años 60 no era meramente una lucha por el poder, sino una lucha por ejercer determinado tipo de poder, determinados tipos de relaciones. Con el derrumbe de la Unión Soviética, pronto acabaron las guerras de Mozambique y Angola (que a lo interno duraría un poco más), pero aparentemente también había acabado por qué luchar.

Desaparecido el gran peligro hegemónico, las potencias occidentales desataron determinadas concesiones que implicarían un poco de paz formal, pero el gran capital internacional fue quien ganó realmente estas contiendas y quien hasta hoy continúa hipotecando la vida de esos países, de una forma más sofisticada, pero heredera de la de siglos atrás. La torpeza política del Apartheid ya no le servía ni siquiera a Occidente y, mientras duró el gran enemigo mundial, había cumplido su función. El sueño blanco sudafricano de conquitar el áfrica subsahariana, para después.

La lucha de Nelson Mandela por la igualdad y la dignidad del negro, como las grandes luchas justas de la humanidad toda, han avanzado, pero continúan inacabadas.

Mancomunidad Británica, el estado geográfico actual del las cuentas imperiales