A sus 102 años mi bisabuela paterna había olvidado el día de su cumpleaños, mezclaba el nombre de sus hijos con los de sus hermanos, llamaba a sus padres ya fallecidos desde hacía cincuenta años.

Lucrecia -que ese era el nombre de mi querida viejita- vivía en las tinieblas de la demencia. Sin embargo, solo recobraba la lucidez cuando escuchaba el nombre de Fidel.

En tono bajo y con memoria de historiadora, la centenaria de pocos estudios podía recordar cada uno de los pasajes de las siempre reconfortantes victorias de Fidel (Castro, líder histórico de la Revolución cubana). Bastaba pronunciar las cinco letras del nombre, para que ella susurrara: “Mi Comandante…”.

Por él, Lucrecia fue más que una lavandera. Por ese gigante, mi abuelo conoció el mundo de las letras y los números. Por Fidel fue que mi bisabuela no tuvo que sepultar, nunca más, a ninguno de sus hijos por falta de atención médica. Con la obra del líder de los rebeldes llegaron los primeros títulos universitarios al tronco familiar tras varias generaciones dedicadas a los oficios y servicios, mi tía se hizo doctora, mi prima enfermera, el tío ingeniero y yo periodista. Mi prole definitivamente encontró realización personal y profesional en la Revolución que el Comandante en Jefe empezó en la Sierra y esparció a lo largo y ancho de una Isla.

A esas razones debo el hecho de haberlo conocido desde que apenas tuve uso de razón. Un retrato junto a los seres queridos de la familia lo ubica entre mis primeros recuerdos infantiles.

Guardo como privilegio las memorias de verlo físicamente, cuando yo andaba aprendiendo las tablas de multiplicar. El verde olivo radiante, la estatura gigante y la barba legendaria impresionaban, pero más lo hacía el poder de un hombre mortal para convertirse en niño, campesino, científico, periodista, artista, en dependencia de sus interlocutores. Él estaba en todas partes, a cualquier hora y en las circunstancias más inusitadas. No lo detenían los vientos huracanados, ni la ferocidad imperial, ni siquiera el cansancio de varios días.

Fidel tuvo una especial relación con los niños, adolescentes y jóvenes

No se puede hablar, por ejemplo, de hazaña deportiva sin mencionarlo; no se entiende el sistema de Salud actual sin los aportes de Fidel. Y si hoy ir a la universidad es cuestión de capacidad intelectual y decisión personal, se lo debemos a él. Fidel llegó a preocuparse incluso por asuntos relacionados con el bienestar de las mujeres como los utensilios con los que se cocinaba en los hogares cubanos; y estuvo atento a cómo las niñas y los niños debían sostener correctamente los cubiertos con los cuales se sentaban a una mesa.

Fue su generosidad, su vocación martiana, la solidaridad ilimitada, las que explican que hoy Cuba sea Patria no solo para los cubanos, sino también para muchos amigos nacidos en otros lugares del mundo.

La voluntad de Fidel fue no tener estatuas, ni lugares con su nombre en Cuba. Cuando se hicieron públicas estas decisiones tras su desaparición física el 25 de noviembre de 2016, reflexioné, después de una contrariedad inicial, sobre cómo lo recordarían las próximas generaciones distantes de sus nueve décadas de vida.

Recordé en ese instante a mi bisabuela, su emancipación como mujer era un monumento a Fidel. Hice una lista, a la que aún podría estar agregándole elementos, que constituyen el verdadero espíritu del rebelde de verde olivo, más allá de figuras de bronce, madera o arcilla.

Fidel impulsó programas en beneficio social como la Revolución Energética

Encontré la esencia del Comandante en Jefe en el poder curativo de medicamentos cubanos, únicos de su tipo en el mundo; en los médicos que van a tratar el alma y el cuerpo de los más necesitados; en el abrazo protector y formador que Cuba ofrece a los estudiantes palestinos; en las vacunas cubanas que nos salvaron de la pandemia; en el sistema de Defensa Civil con el que enfrentamos huracanes; en la impresionante cantidad de medallas olímpicas de la Isla; en la mano solidaria a países africanos y latinoamericanos para vencer el analfabetismo y enfermedades. Entendí así que los verdaderos monumentos son las obras y el legado.

Cuba ha mantenido a lo largo de décadas una relación solidaria con el pueblo palestino

Defino su tiempo, la vida de Fidel, como 90 años muy intensos y admirablemente fructíferos; y nuestra existencia -marcada por la continuidad-, como la posibilidad del compromiso, como la elección de mantener vivo el legado de Fidel, en el sentido mismo que ofrezcamos a nuestras vidas de revolucionarios.