Para el nuevo mundo se precisa nueva prensa, quizás por eso José Martí fundaba su periódico Patria justo un mes antes que su Partido Revolucionario Cubano, ambos —el periódico y el partido— para organizar la guerra, que en ese momento significaba organizar y hacer nacer la nación.

La nación no es solo un acumulado fortuito de costumbres e ideas. La nación… construirla, defender su derecho a existir, es una decisión política, un acto de intencionalidad, y eso bien lo sabemos en América Latina, donde esa nación—esas—, como organización social y como sentido de identidad, nos fue y nos ha sido puesta en duda y negada de manera periódica.

No sería exacto hablar meramente de “el periodismo”, mejor dialogar sobre “los”. Los puristas del oficio alegan que es solo uno. Hablan de cuarto poder, de perro guardián, de entelequia, de valores específicos pretendidamente universales... que en realidad no lo son.

Nuestros periódicos no podían parecerse, a finales del siglo XIX, a las páginas que se imprimían desde la España colonialista, de la cual éramos territorio ultramarino, ni al estilo mercantilista que estaba llegando al sumun de su sofisticación en Estados Unidos, precisamente a raíz de la guerra que organizó Martí.

Nuestros periódicos, desde entonces, tenían que oler a tierra. El olor de la tierra después de una lluvia inmensa, tiene la magia de los renaceres. Porque la lluvia tremenda de las tormentas suelen barrerlo todo, al tiempo que germinan.

Oler a tierra en la última década del siglo XIX significaba situarse en el bando del indio americano, que en el periódico el negro cubano y el puertorriqueño, como ocurrió, vertiesen sus ideas en igualdad de condiciones respecto a los patriotas blancos; oler a tierra fue enfrentar desde la página todo aquello que frenaba la Revolución en Cuba y Puerto Rico, madurar de la obnubilación con la que los ojos de Martí habían llegado a Estados Unidos e ir entendiendo, en la dureza de la lucha cotidiana, las contradicciones irreconciliables, asumirlas y explicarlas.

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En el tiempo que le tocó vivir, José Martí fue, sin dudas, el mejor de todos los nuestros. “Maestro” le habría de decir Rubén Darío. La venezolana Susana Rotker, un siglo más tarde, lo “acusaría” de ser el creador de la crónica tal y cómo hoy la entendemos, hija de los poetas finiseculares sometidos a la maduración del entramado social capitalista, donde hasta el bardo tuvo que convertirse en obrero de las letras y, para no sacrificar sus versos, que eran lo sagrado, para poder sobrevivir, alimentarse, vertieron su alma poética en la prosa, en pos de contar la vida en ebullición en torno suyo.

Así, angustiado por aquello de que el escritor diario no tenía tiempo para ser sublime, Martí nos mostró cuánta sublimidad cabía en tan pocos segundos, en tan poca vida, e inventó un nuevo modo de decir que también pasaría a ser sello de nuestras naciones de la América.

Probablemente Alejo Carpentier fue el más exacto de todos al recordar que “hubiera podido consagrarse a la creación de una obra personal […] situada fuera del tiempo, hecha por el arte y en función del arte. Pero la realidad cubana y, a través de ella, la realidad americana, reclamaba angustiosamente la presencia de su verbo.

Y Martí, grande ya por tantos motivos, añadió a sus muchas grandezas, la de hacerse una imagen clásica, rectora del verdadero intelectual o artista latinoamericano, urgido siempre de pronunciarse por lo temporal o lo intemporal, por lo pasajero o lo permanente, por lo actual que pudiera existir sin fechas.

Quizás en esta síntesis carpentereana de lo que resultó Martí como intelectual yace el secreto, la llave… para la prensa que aún tiene que nacer en América Latina.

No una prensa a pesar de América, sino una de, con y desde ella, donde los y las periodistas se quiten el caluroso saco, la ridícula corbata y la inoperante camisa de mangas largas para hablar de lo que sea, delante de quien fuere, rescatando el acumulado de nuestras sensibilidades, el de nuestros pensamientos de liberación, de nuestras luchas, para engarzarlos y hacerlos dialogar de manera orgánica con nuestras cotidianidades, con nuestras necesidades más inmediatas y mundanas y con nuestras necesidades y ensoñaciones más telúricas, que son mundanas también, porque tan del mundo es el terremoto que estremece a diario la cordillera como la flor del musgo.

Portada del periódico Patria, de José Martí

Patria no fue un periódico exactamente cubano, sino una herramienta que apuntó, sirvió y pensó a la América Latina, en su hora concreta y “para todos los tiempos”, facturada además desde Estados Unidos, lo que nos habla, ya entonces, de la transnacionalidad y la visión integradora de esos “caprichos” nuestros de ser y estar, aunque no se nos reconozca el acta de nacimiento.

Martí en sí, era un poco eso: “Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breñas del cerro del Calvario, pecho a pecho con los gonzalos de férrea armadura, los desnudos y heroicos caracas”, había dicho.

Un hombre así se inventó un periódico el 14 de marzo de 1892. La representación de su figura está sobre un caballo en el Central Park de Nueva York, en una plaza humilde cubierta de rosas en Guaraz, perdida entre los andes peruanos, en las paredes grafitadas de Venezuela y en todas las escuelas de Cuba, las cuales, para ser fundadas, solo precisaron de un niño, una maestra, una bandera y un busto… ya sobra decir de quién.

Un periodismo que no se le parezca a todo eso, sencillamente, no nos sirve. Toca parir...